AUMENTA LA FE
“¿Por qué tenéis miedo,
hombres de poca fe?” (Mt 8,25)
La fe impregna de alguna manera toda la vida del cristiano. Una de las
diferencias importantes entre las realidades humanas y espirituales es que
estas últimas sólo pueden ser alcanzadas y penetradas por el hombre por medio
de la fe, mientras las primeras son perceptibles y están al alcance de los
sentidos.
No podemos olvidar lo que la
Palabra de Dios en la carta a los Hebreos dice respecto a la importancia de la
fe para poder encontrarse con Dios: “Sin
fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios ha de creer que existe
y que recompensa a los que le buscan”
(Hb 11,6).
Y no se trata sólo de creer en la existencia de Dios, porque “también los demonios creen y tiemblan”
(St 2, 19), sino de vivir de acuerdo con la fe que decimos profesar.
Nuestra fe
comienza a ser verdadera cuando nos esforzamos por hacer lo que Dios nos dice
en su Palabra, cuando tratamos de poner en práctica todos sus mandatos y nos
dejamos guiar por las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo.
Sabemos que la adoración en el
cielo es diferente de la adoración en la tierra. Por un lado, la adoración
celestial es en visión (cf. Ap 22), mientras la adoración en la tierra es en
fe.
Más aún, la adoración del cielo es una necesidad, pues la presencia de Dios
la hace inevitable; lo normal es estar postrado delante del Señor y adorarle “día y noche” (Ap 7,15); mientras la
adoración en la tierra se realiza con las limitaciones que imponen la
naturaleza humana y sus imperfecciones, además de los obstáculos que pueden
significar las circunstancias personales o ambientales en que esté viviendo el
adorador.
Por todo eso la fe debe acompañar indefectiblemente al adorador.
A partir de aquí, la fe sostiene la adoración, pero al mismo tiempo se
robustece, no sólo porque la práctica de la fe hace que crezca, sino también
por la fuerza misma de la presencia del que “está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7,10).
En una ocasión los
discípulos del Señor le dijeron: “Señor
auméntanos la fe” (Lc 17,5).
Pues bien, cada encuentro con el Señor en la
adoración es una ocasión para que nuestra fe aumente. La adoración mantiene
encendida la llama de la fe, y su calidad depende de la permanencia del
adorador a los pies del Señor.
Cuando adoramos y ponemos los ojos en el Señor,
“autor y consumador de la fe” (Hb
12,2), superamos pruebas, resistimos la tentación, conseguimos victoria sobre
nuestros enemigos espirituales, que no pueden resistir que Dios sea adorado, y
somos capacitados para hacer las obras de Dios.
Palabra profética
Por el camino avanza un
adorador que camina libre y con soltura, despojado de todo, sólo vestido con
una túnica. Detrás de él hay otros que se esfuerzan por caminar, pero van
atados con muchas cuerdas, signo de sus seguridades y su falta de fe, que les
impiden caminar.
Palabra: postraos ante mi, y yo aligeraré vuestras cargas y
romperé vuestras ataduras.
Sabemos que la adoración en el cielo es diferente de la adoración en la tierra. Por un lado, la adoración celestial es en visión (cf. Ap 22), mientras la adoración en la tierra es en fe.
ResponderBorrarMás aún, la adoración del cielo es una necesidad, pues la presencia de Dios la hace inevitable; lo normal es estar postrado delante del Señor y adorarle “día y noche” (Ap 7,15); mientras la adoración en la tierra se realiza con las limitaciones que imponen la naturaleza humana y sus imperfecciones, además de los obstáculos que pueden significar las circunstancias personales o ambientales en que esté viviendo el adorador.