martes, 13 de octubre de 2015

GOBIERNO E IGLESIA DE NICARAGUA

¿Influirá el Papa Francisco en la Iglesia de Nicaragua?

 






 
 
Rafael Aragón, sacerdote y religioso de la Orden de Predicadores, reflexionó sobre el perfil del Papa Francisco, sobre la influencia que está teniendo en el mundo y sobre la que podría o no tener en la Iglesia de Nicaragua, en una charla con Envío que transcribimos.
 
El liderazgo que el Papa Francisco está ejerciendo en la sociedad mundial es notable.
 
La influencia que tenga o no en la Iglesia católica universal depende de varios factores de peso. La que tenga en la Iglesia católica de Nicaragua es el tema sobre el que queremos reflexionar.

Primero que nada, unas pinceladas históricas. Desde que los obispos y cardenales católicos se reunieron en el Concilio
de Trento (1545-1563), para reaccionar ante la Reforma Protestante, la Iglesia católica vivió cuatro siglos encerrada en sí misma y a la defensiva.
 
Así se mantuvo hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), convocado por el Papa Juan XXIII. El Concilio Vaticano II marcó una época y desató un potencial de esperanzas en la Iglesia católica, en las Iglesias cristianas y en toda la sociedad.

Entre los muchos cambios que motivó la renovación provocada por el Concilio Vaticano II los que considero más importantes son un cambio en la imagen de Dios, un cambio en la imagen del ser humano ante Dios y un cambio en la imagen del mundo y de la historia.
 
El Concilio nos invitó a pasar del Dios providente a un Dios que nos invita a comprometernos con la transformación del mundo. Nos invitó a situarnos ante Dios no con una fe resignada sino con una fe comprometida con la marcha de la historia.
 
Y nos invitó a ver el mundo no con una mirada negativa, sino con una mirada optimista, como un horizonte hacia el que caminar con esperanza, con un sueño, con una utopía.
 
Esos cambios renovaron la teología clásica y tradicional. La Iglesia se entendió como pueblo de Dios comprometido con hacer realidad el sueño de Jesús, el Reino de Dios, y las comunidades católicas, siguiendo la gran tradición protestante, comenzaron a leer la Biblia desde una exégesis renovada.

Los aires renovadores del Concilio llegaron a Nicaragua con un grupo de sacerdotes que en aquellos años habían estudiado en Roma, en Jerusalén, en España, en Alemania, y habían respirado esa nueva atmósfera.
 
En Nicaragua encontraron a algunos sacerdotes extranjeros con esa misma inspiración. Entre todos comenzaron a articular un movimiento de renovación pastoral.

En 1968 el Concilio Vaticano II tuvo una lectura novedosa en América Latina en la Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) de Medellín.
 
Motivados por la corriente de renovación conciliar y con una visión alimentada por las ciencias sociales -en aquel tiempo, especialmente por la teoría de la dependencia, que explicaba la situación de estancamiento y pobreza de América Latina por su dependencia económica de los centros del poder mundial- los obispos, siguiendo el método de ver – juzgar – actuar, reflexionaron sobre la realidad del continente, señalaron las injusticias y las carencias e hicieron central la “opción preferencial por los pobres”.
 
Medellín fue una recreación original y autóctona de los aportes del Concilio Vaticano II.

Los aires del Concilio y de Medellín comenzaron a cambiar la Iglesia católica de Nicaragua.
 
Comenzaron a formarse en Managua Comunidades Eclesiales de Base. Iniciaron en la parroquia San Pablo Apóstol de la colonia 14 de Septiembre y en otros barrios.
 
En el barrio San Judas, por ejemplo, las cuatro Comunidades Eclesiales de Base las fundó, con su trabajo pastoral, el secretario del Nuncio Apostólico, algo que hoy nos suena tremendamente singular y novedoso.
 
Comenzó también a llegar a Nicaragua, desde Honduras, la experiencia de los Delegados de la Palabra. Venían de la mano de religiosos Capuchinos y de otros sacerdotes, entre ellos los Javerianos, en el departamento de Carazo.
 
Promovían el liderazgo de laicos en zonas rurales. Comenzó a fomentarse por todo el país una corriente novedosa de lectura de la Biblia. T
 
odo eso empezó a renovar la Iglesia católica de Nicaragua, hasta entonces muy encerrada en sí misma y muy vinculada a la dictadura somocista.
 
En esos mismos años Ernesto Cardenal inicia una original experiencia de trabajo pastoral en Solentiname y comunidades de religiosas dejan sus colegios para la clase alta y media y van a trabajar a los barrios.
 
Una institución que contribuyó significativamente a la renovación de la conciencia campesina fue las Escuelas Radiofónicas.
 
Jugaron un papel muy importante, especialmente en Las Segovias y en la zona de León y Chinandega. Basándose en la visión del método concientizador de Paulo Freire alfabetizaban por radio y también daban formación bíblica. Recuerdo especialmente los cursos que transmitían en Radio Católica sobre el libro del Éxodo y los libros de los Profetas.
 
Aún trabajan, educando por la radio.
 
Después del triunfo de la Revolución, la jerarquía de la Iglesia prohibió este trabajo de formación bíblica y tuvieron que limitarse al trabajo de promoción social.
 
Hay que destacar también el papel que en la renovación eclesial, y a la par de todos estos sectores católicos, jugaron importantes sectores de la Iglesia bautista.

Considero que estos más de diez años de renovación de la Iglesia en una perspectiva concientizadora y liberadora creó una base social muy importante que le permitió al Frente Sandinista enraizarse más vigorosamente en la sociedad y alcanzar la popularidad que tuvo su propuesta para ganarse al pueblo y conducirlo a que se enfrentara a la dictadura somocista hasta derrocarla.

Creo que el primer e importante resultado visible de la renovación que vivió durante esos años la Iglesia de Nicaragua fue precisamente ése: la gran participación del pueblo cristiano, del pueblo católico de Nicaragua, organizado
en comunidades, en el derrocamiento de la dictadura.

Sin embargo, al salir del somocismo, esa participación cobró un precio muy alto.
 
Una gran mayoría de los líderes laicos formados en los nuevos espacios y movimientos eclesiales se metieron, a tiempo completo, a participar en las tareas de la Revolución.
 
Y el proyecto totalizante de la Revolución, los envolvió, los absorbió, no les dejó espacios de libertad creadora para la crítica, ni siquiera espacios de gratuidad y de celebración para acercarse a Dios…
 
Esto que digo hoy lo dije ya en los años 80, señalando que eso tendría consecuencias.

Mientras esto pasaba entre los líderes formados, la jerarquía católica, obispos y una mayoría del clero, no supieron entender ni acompañar pastoralmente aquel momento histórico y se distanciaban cada vez más de la Revolución.
 
Al principio toleraban la nueva situación, pero enseguida se dio una confrontación entre el clero y el pueblo católico que adversaba la Revolución y el clero y el pueblo católico que la apoyaba.
 
Los líderes laicos que apoyaban la Revolución se sintieron heridos por las posiciones que tomaba la jerarquía.

Recuerdo los años previos a la Revolución, cuando la renovación del Concilio se expresaba en signos alentadores. Recuerdo a Monseñor Obando, arzobispo de Managua, llegando a las reuniones del clero sin sotana, como uno más.
 
Ni siquiera se ponía alzacuellos. Y así iba a las parroquias. Se sentía un ambiente de mayor cercanía. Poco a poco, la Revolución por un lado y Juan Pablo II por otro, fueron trastornando este ambiente, haciendo que la Iglesia se replegara sobre sí misma, se cerrara, se hiciera hermética ante la realidad.
 
La Revolución, por ser un proyecto totalizante que traía nuevos símbolos y un nuevo sentido.
 
Y el Papa Juan Pablo II, porque desde el Vaticano favorecía la restauración de la tradición en la Iglesia y la animadversión contra la Revolución.

En la confrontación entre la jerarquía católica y la Revolución, la jerarquía no sólo no acompañó, sino que se retrajo sobre sí misma y regresó a las posiciones más tradicionales previas al Concilio.
 
Recuerdo una reunión del clero en la curia de Managua en donde se prohibió el método de la catequesis participativa y se ordenó que el catecismo volviera a enseñarse como antes, al modo tradicional, en base a preguntas y respuestas aprendidas de memoria.

Encerrada en sí misma, y a la defensiva ante la Revolución, la oficialidad de la Iglesia se centró en la promoción de tres devociones tradicionales: la Eucaristía, la Virgen María y el Papa. Retornaron los jueves eucarísticos, con los cantos más tradicionales, y se prohibió cantar la Misa Campesina.
 
Se recuperó la tradición de la fiesta de la Purísima, que no tenía la fuerza que tiene hoy y que era vista con cierta distancia en la iglesia oficial: no estaba permitido cantar los cantos de la Purísima en los actos litúrgicos.
 
Hoy son cantos que dan identidad al pueblo católico, pero hubo un tiempo en que estuvieron prohibidos por la jerarquía católica. También se revalorizó la devoción al Papa tras la primera visita que hizo a Nicaragua Juan Pablo II en marzo de 1983. Sobre estos tres ejes -Eucaristía, Virgen María y Papa- se orientó el trabajo de toda la pastoral, fortaleciendo así la piedad popular y la identidad del pueblo católico, considerándola “amenazada” por la Revolución.

Estos ejes de pastoral que potenciaba en Nicaragua la jerarquía católica recibían un abierto respaldo del Consejo Episcopal Latinoamericano y, sobre todo, del Vaticano, donde el pontificado de Juan Pablo II se apartaba cada vez más de la renovación del Concilio, fortaleciendo la teología más clásica y censurando y controlando cualquier iniciativa renovadora.
 
El gran teólogo jesuita brasileño João Bautista Libanio definió aquellos años como “la vuelta a la gran disciplina”.

Durante la lucha contra Somoza, el seminario de Managua se había cerrado por la atracción de los seminaristas a participar en la lucha sandinista.
 
Se abrió de nuevo en los primeros años de la década de los años 80. Toda la formación que allí se impartió estuvo influenciada por la visión de Juan Pablo II que, inconforme con los criterios del Concilio Vaticano, quiso recuperar la visión clerical que desde Trento había predominado en la Iglesia.
 
Si cuatro siglos después, el Vaticano II había renovado esa visión, Juan Pablo II la restauró.
 
Ya a finales de los años 80, antes de la derrota electoral de la Revolución, el modelo de la Iglesia católica en Nicaragua era el de la restauración.
 
Y ese modelo, el surgido en los años 80 en contradicción con la Revolución, se consolidó en los años 90 y sigue vigente hasta hoy, plenamente vigente.

En esa situación y después de 35 años de los pontificados contrarios al Concilio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI,
aparece el Papa Francisco. Corresponde, pues, reflexionar sobre las repercusiones que podría tener en Nicaragua su modelo pastoral, que no es el de sus predecesores.

Nadie esperaba una figura como la del Papa Francisco al frente de la Iglesia católica. Desde el mismo momento de su aparición, terminado el cónclave, llamó la atención escucharle decir que había sido elegido “obispo de Roma”, verle inclinado ante la multitud pidiéndole a la gente que rezara por él y hasta rechazando el uso de la tradicional muceta, esa capa renacentista, roja y orlada de armiño, que usan los Papas como símbolo de aristocracia. Benedicto XVI la usó a menudo, el Papa Francisco la rechazó el día de su elección y cuando se la iban a poner dijo: “¡Se acabó el carnaval!”.
 
Con estas señales, desde el primer momento, el Papa Francisco nos mostró que era un hijo del Concilio. El Concilio Vaticano II propuso que el Papa fuera el obispo de Roma, signo de comunión en la caridad para toda la Iglesia, que fuera un servidor del pueblo y que viviera en sencillez.

Jorge Mario Bergoglio es un jesuita. Un hombre preparado intelectualmente, con una espiritualidad basada
en el discernimiento.
 
Es un humanista que desborda humanismo en todos sus gestos y palabras. Es un párroco con una estrategia pastoral de inspiración franciscana.
 
Es un latinoamericano, abierto y sensible a la realidad de los pobres.
Es un pastor con experiencia de trabajo pastoral con marginados y excluidos en las periferias de las ciudades.

Como hijo del Concilio está abierto a la modernidad, a diferencia de Juan Pablo II, que vivió el Concilio desde
la experiencia de su patria, Polonia, un país que ha buscado siempre su identidad en el catolicismo más tradicional.
 
Se diferencia de Benedicto XVI, quien, aunque participó en el Concilio como asesor teológico, al final le dieron miedo los desafíos que el Concilio proponía a la Iglesia para su renovación. Francisco parece un hombre sin miedos.

En la primera rueda de prensa con periodistas extranjeros, recién electo, le preguntaron a Bergoglio por qué se quería llamar “Francisco” y dio tres razones.
 
Porque Francisco de Asís quiso la renovación de la Iglesia desde los pobres.
 
Y dijo: “¡Cuánto me gustaría una Iglesia pobre para los pobres!”, una de sus primeras frases importantes y provocadoras.
 
Se llamaría así también porque Francisco de Asís buscó la paz por el camino del diálogo y el entendimiento entre las religiones y los pueblos, y en su tiempo dialogó con autoridades musulmanas.
 
El Papa Francisco quiere ejercer un liderazgo en diálogo con las otras religiones y espiritualidades para promover la paz en el mundo.
 
Y también el nombre, porque Francisco de Asís es el patrón de los ambientalistas.
 
El Papa Francisco tiene el plan de escribir una exhortación apostólica sobre temas ecológicos.

¿Qué puede ofrecer el Papa Francisco a la renovación de la Iglesia católica?
 
Los teólogos más progresistas están a la expectativa de lo que pueda lograr.
 
Y han formulado todo tipo de propuestas. Confluyen todas en un regreso de la Iglesia católica al Evangelio de Jesús en la tradición renovadora del Concilio Vaticano II.

Proponen renovar la Curia romana, que es la estructura de gobierno de la Iglesia.
 
El teólogo brasileño Leonardo Boff planteó descentralizarla: que la Congregación de Cultura esté en Medio Oriente, la de Ecumenismo en Ginebra, la de Justicia y Paz en América Latina y así…
 
Una dispersión del gobierno eclesiástico para vincularlo más a un mundo plural y diverso.
 
Proponen reformar las estructuras del Banco Vaticano, vinculado a la corrupción y al blanqueo de dinero. Plantearon tres salidas.
 
Que los dineros de la Iglesia se guarden en los bancos que ya existen. Que el Banco Vaticano se convierta en una banca ética. Que responda a una lógica financiera que incluya la ética. Parece que ésta última es la salida que el Papa Francisco va a seguir y para ello ya ha estado moviendo y removiendo directivos.

Proponen también los teólogos transformar el Estado vaticano o desaparecerlo como Estado, pasando todas sus riquezas patrimoniales y culturales a la UNESCO.
 
Proponen desclericalizar el Estado vaticano nombrando nuncios que sean laicos, pues se resalta la contradicción que significan nuncios que son embajadores del Papa en todos los países y que también son obispos.
 
Pero, ¿obispos sin una comunidad cristiana? Proponen suprimir los títulos honoríficos de cardenales y monseñores y que queden sólo como autoridades los obispos para así reconstruir una iglesia más sinodal, más colegial, donde el Papa, como obispo de Roma, convoque a los obispos de cada país a participar en el gobierno de la Iglesia universal.
 
En este sentido, como el Papa Francisco ya nombró este año a nuevos cardenales, eso llevó a algunos teólogos a sospechar que el Papa Francisco no hará auténticos cambios en el gobierno de la Iglesia.

Hay varios temas en los que el Papa apenas ha entrado, más allá de algunas frases.
 
Y parece no querer entrar. Uno, muy importante, es el del papel de las mujeres en la Iglesia.
 
Ni siquiera el Papa usa un lenguaje inclusivo en sus homilías y entrevistas.
 
Tampoco los temas referidos a la ética sexual los trata a fondo y de manera directa. “Si un homosexual busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarlo?”, dice y llama la atención del mundo con esa frase, pero no entra en profundidad al tema de la homofobia eclesiástica.
 
Igualmente, le dice por teléfono a una mujer divorciada que se acerque a comulgar sin culpa, pero no toca en profundidad esa prohibición eclesiástica…
 
Pareciera que los temas delicados y que causan polémica no los quiere tratar a fondo.

Además de todas las propuestas que se han hecho, creo que una verdadera renovación de la Iglesia católica exigiría revisar y renovar el Derecho Canónico, que contiene las leyes que rigen la vida de la Iglesia, un equivalente a la Constitución de un país. Exigiría también renovar el Catecismo de la Iglesia Católica, que contiene la doctrina católica. Ambos, Derecho Canónico y Catecismo, en su versión actual, son una herencia del Papa Juan Pablo II y a ellos no llegó nunca el espíritu de renovación del Concilio.
 
Para rehacer el Derecho Canónico y replantear el Catecismo católico el Papa Francisco necesitaría, por lo menos, 27 años, los años que empleó Juan Pablo II en reformularlos.
 
El Código que reformuló Juan Pablo II no había sido tocado desde 1917. ¿Cuántos años podrá estar Francisco en el cargo de obispo de Roma? Tal vez unos ocho años más, porque ya dijo que él se retirará cuando Dios se lo haga sentir.

El Papa Francisco ha ofrecido su liderazgo para una “movilización ética mundial” que acabe con las desigualdades y difunda “un ideal común de fraternidad y solidaridad”. Y así se lo propuso al Secretario General de la ONU.
 
El Papa está también empeñado en emplear su liderazgo para unir a las grandes religiones y espiritualidades del mundo en la tarea de la promoción de la justicia y de la paz, especialmente en los países en conflicto.
 
Y así ha empezado a hacerlo en tierras palestinas, en el conflicto de Siria, cuando parecía inminente una invasión occidental.
 
Es de esperar que el Papa Francisco mantenga su liderazgo en gestos emblemáticos como el de la visita a Lampedusa, en donde clamó por los emigrantes que llegan a Europa buscando mejor vida, o en el de la visita a Calabria, cuna de la mafia italiana, en donde “excomulgó” a los miembros de la mafia.
 
Tiene programada para 2015 una visita a la frontera entre México y Estados Unidos.
 
Y va a mantener los encuentros masivos de los miércoles en la Plaza de San Pedro y las visitas a cárceles, hospitales y barrios pobres.

El Papa Francisco conoce bien la realidad de América Latina, pero tiene una perspectiva distinta a la de la Teología de la Liberación, no viene de esa corriente.
 
Es interesante saber que Jorge Mario Bergoglio siendo arzobispo y cardenal de Buenos Aires fue gran amigo de Alberto Methol Ferré, filósofo, teólogo e intelectual uruguayo. Ambos se influyeron mucho en las ideas que tenían sobre el valor de la religiosidad popular y sobre los pobres, enfoques que entraban en contradicción con los de la Teología de la Liberación.
 
Ambos buscaron influir, y lo lograron, en los documentos surgidos de la Conferencia de obispos latinoamericanos de Puebla, México (1979).

En el diario “La Prensa” de Nicaragua, Methol Ferré fue quien bautizó como “Iglesia popular” la corriente que en la Iglesia católica de Nicaragua apoyaba a la Revolución en los años 80. Y fue él quien la definió como una convergencia entre la ideología marxista-leninista, los recursos financieros del Consejo Mundial de Iglesias (protestantes) y “los tontos útiles” de Nicaragua.
 
El Ministro de la Vivienda del gobierno sandinista, el laico católico Miguel Ernesto Vijil, le respondió en “El Nuevo Diario”, explicando que la opción de los cristianos por la Revolución era algo muy distinto a lo que él definía de esa forma.
 
El término “Iglesia popular” nació, pues, en “La Prensa” y por eso nunca lo aceptamos quienes desde nuestras parroquias y comunidades estábamos comprometidos con las transformaciones sociales que proponía la Revolución. Lo trágico es que, tanto el CELAM en América Latina, como el Papa en el Vaticano, nos vieron desde esa caracterización y reaccionaron contra esa “Iglesia popular”.

Aunque Bergoglio nunca perteneció a la corriente de la Teología de la Liberación y ha sido crítico del marxismo como método de análisis de la realidad -lo ha dicho en varias ocasiones siendo Papa-, sí hace fuertes críticas al sistema económico vigente, pero desde un planteamiento ético y humanista.
 
Y es desde ese humanismo ético que invita a una transformación personal que coloque a los pobres como centro de la acción pastoral.
 
Para el teólogo Leonardo Boff, lo de menos es que el Papa emplee un análisis u otro, porque lo importante es que coloque a los pobres en el centro y proponga trabajar desde ahí. Sin embargo, creo que a la visión del Papa Francisco le falta considerar y proponer a los pobres como sujetos de su propia transformación y también le falta una visión dialéctica de la historia.
 
No es suficiente invitar a un cambio personal y es necesario potenciar y acompañar a los nuevos sujetos emergentes que se organizan desde la sociedad para promover propuestas concretas que vengan desde abajo, desde esas “periferias sociales y periferias existenciales”, en las que el Papa Francisco dice que debemos estar.
 
Los movimientos sociales que hoy buscan alternativas son los nuevos sujetos de cambio, llamados a jugar un papel decisivo en las transformaciones radicales que necesitamos hoy en este momento de la historia.

A pesar de no haber hecho aún ningún cambio radical, el humanismo del Papa Francisco es más aceptado y resulta más atractivo para la comunidad mundial, en donde conviven creyentes católicos y de otras creencias con no creyentes, que para la comunidad católica organizada, muy moldeada por “la gran disciplina” de los dos Papas que le precedieron.
 
Hay grupos católicos que lo adversan y la transparencia que está imponiendo, poco a poco, en el Banco Vaticano, le ha generado enemigos importantes.
 
El experto vaticanista italiano Marco Politi acaba de publicar un libro, que tituló “Francisco entre los lobos”.
 
Los “lobos” de los que habla los encuentra el autor en Internet, coordinándose y manifestándose agresivamente contra el Papa. Son grupos católicos ultraconservadores, tanto de Europa como de América Latina, que acusan al Papa Francisco de populismo, de “hablar demasiado de pobreza”, de “protestantizar” la Iglesia, de liberalismo en temas sexuales. Se resisten a los cambios.
 
Politi señala que hay “una especie de alianza transversal” de “lobos” en la Curia, fuera de la Curia y en el mundo de los grandes intereses económicos, incluida la mafia italiana.
 
A Politi le llama la atención que “episcopados de todo el mundo no tomen posición a favor de la política reformista del Papa Francisco”. “Eso es extraño -afirma-, no presentan documentos ni programan iniciativas a favor del Papa, observo una inercia total”.

También en la Iglesia de Nicaragua se observa eso mismo. Una inercia.
 
Ante esta evidencia, pienso que a corto plazo el cambio de modelo que el Papa está proponiendo, si lo vemos en relación con el modelo que impusieron los dos Papas anteriores, no va a significar gran cosa en Nicaragua.
 
A mediano y largo plazo, quién sabe, tal vez abra un horizonte esperanzador.

Y lo pienso así por la mentalidad pre-moderna de la cultura dominante en Nicaragua y por la formación tradicional que ha recibido el clero nicaragüense.
 
El modelo teológico de Juan Pablo II está fuertemente enraizado en las estructuras eclesiásticas y en los movimientos eclesiales de Nicaragua.
 
Eso no permite tener muchas esperanzas de que la Iglesia cambie de orientación pastoral.
 
Mayoritariamente, el clero nicaragüense ha sido formado en una visión tradicional y cerrada.
 
La vida religiosa masculina está también profundamente clericalizada y desclasada y, por eso, pienso que entre los miembros de las distintas órdenes religiosas presentes en Nicaragua tampoco va a tener gran resonancia el Papa Francisco.
 
En la vida religiosa femenina, y a pesar de que han ido surgiendo estos años congregaciones de religiosas cada vez más tradicionales, creo que entre las que viven insertas en barrios pobres y en zonas rurales, es donde se mantiene más viva la tradición renovadora del Concilio.
 
Pienso que es entre ellas en donde sí va a ser acogida la propuesta pastoral del Papa Francisco.

La formación que tienen en Nicaragua obispos y sacerdotes es muy clásica. No creo que estén dispuestos a una reflexión basada en la Biblia y en el ver – juzgar – actuar para reflexionar sobre la realidad.
 
Y aunque hay algunas comunidades en distintos puntos del país que se organizan en esa línea, no siento que haya ningún movimiento suficientemente fuerte, ni en el clero ni entre religiosos o religiosas, que empuje a toda la Iglesia católica en esa dirección.
 
Hacen lo que pueden, pero no superan espacios aún muy reducidos y no tienen una potencialidad que mueva a toda la institucionalidad eclesiástica.
 
No creo tampoco que la gran preparación intelectual y profunda formación bíblica que tiene el obispo auxiliar de Managua y religioso carmelita, Silvio Báez, pueda lograr esto, tal vez porque le falta haber vivido la experiencia de lo que vivimos en los años 80 y eso le dificulta el ubicarse en la tradición profética de los pobres.

En ese sentido, quiero hacer una valoración crítica del documento que entregaron los obispos al Presidente de la República en el encuentro que tuvieron con Daniel Ortega el 21 de mayo. Estoy de acuerdo en la mayoría de los problemas que plantean desde un análisis sobre la realidad del país.
 
En lo referido a la familia no pasan de una visión tradicional, que creo merecería profundizarse más. Ojalá el Sínodo de la Familia, que se celebrará en octubre en Roma, abra nuevos horizontes.
 
Los señalamientos que le hacen al gobierno sobre la legalidad y la institucionalidad política me parecen pobres e improcedentes.
 
En Nicaragua tenemos que trabajar más a fondo lo que significó para el país el proceso revolucionario, como acontecimiento histórico con sus luces y sus sombras.
 
No lo debemos obviar, hay que analizar la realidad actual aceptando esos hechos y mirar hacia adelante.
 
Si no partimos de ahí, hablar de democracia, de derechos humanos, de Estado de Derecho, sin tomar en cuenta lo que significó la Revolución, me parece no ser respetuosos ni objetivos con la historia del país.
 
Creo que, abiertos a un análisis de la realidad que incorpore los procesos vividos en Nicaragua sería un aporte creativo a propuestas esperanzadoras para el futuro del pueblo desde la perspectiva de los pobres, desde la lógica de las mayorías, proponiendo otras posibles formas de hacer política, otras formas de organización popular, otras formas de institucionalización del Estado, otro Estado de Derecho, que sirva a las mayorías pobres y no sea interpretado y entendido y manipulado desde las minorías de siempre.
 
En el documento de los obispos siento una ausencia de la espiritualidad profética, característica de la gran tradición bíblica y propia de los seguidores del Evangelio de Jesús.

Finalmente, si en el clero y en la jerarquía católica el modelo pastoral del Papa Francisco no tendrá acogida, ¿qué decir del pueblo?
 
El pueblo católico de Nicaragua tiene muy enraizada la visión más tradicional del catolicismo.
 
Fue educado así. Se defendió así de la totalización de la Revolución, que provocó miedo y encerró a la Iglesia en sí misma.
 
Y ahora se defiende así del avance de las iglesias evangélicas. Para mantener su identidad tradicional frente a los evangélicos, la Iglesia no promueve una catequesis concientizadora ni una formación teológica en sus fieles ni un diálogo ecuménico.
 
Se mantiene enclaustrada en su identidad y promoviendo, cada vez más, las devociones más tradicionales.
 
El Concilio abrió la liturgia a una reflexión sobre la Palabra de Dios y organizó todo el año cristiano en una lógica de festividades en las que Cristo siempre es el centro.
 
Desplazó prácticamente la devoción a los santos, relegándoles a un segundo o tercer lugar y hasta eliminó a varios santos del calendario litúrgico. Sin embargo, hoy, tanto el clero como el pueblo buscan recuperar todas las fiestas de santos y todas las devociones más tradicionales, con la lógica de que “si los evangélicos sólo hablan de la Biblia, nosotros hablamos de la Virgen y de los santos”.
 
Esa “competencia” dificulta un proceso de renovación, tanto desde arriba, desde la jerarquía y la institución, como desde abajo, desde las comunidades, que están siendo educadas desde hace años en esas tradiciones.
 
Incluso en la Costa Caribe, donde los capuchinos estadounidenses que la evangelizaron no llegaron con esas devociones, más propias de los misioneros italianos y españoles. Sin embargo, ahora los obispos de la Costa permiten a la gente caribeña promover las devociones del Pacífico, en nombre de la unidad y la comunión eclesial.

El pueblo católico que es mayoritariamente pobre no puede cambiar si no cambia su situación económica y si no es educado para que vaya evolucionando en sus condicionamientos culturales.
 
Despertar en la gente su dignidad como sujetos que hacen valer sus derechos un pensamiento crítico y un compromiso con la participación en la marcha de la sociedad es hoy una tarea fundamental.
 
Creo que estamos muy lejos de ese compromiso, tanto en la Iglesia como en el actual gobierno.
 
Sin procesos de formación intensiva en la gente, y sin un proceso de desarrollo en el país, la mentalidad del Papa Francisco no tendrá impacto en Nicaragua.
 
Hablé con un amigo que asiste a las reuniones del clero -yo ya no voy- y le pregunté si conocía de algún movimiento entre los sacerdotes de Managua o en el clero de Estelí -que él conoce bien- que permita avizorar un cambio en la pastoral inspirada por Francisco.
 
Y me dijo: “No, no hay nadie”… a pesar del Papa Francisco.

El Frente Sandinista abandonó hace años su proyecto revolucionario, su pensamiento y su ideología y para volver al gobierno hizo alianza con la jerarquía de la Iglesia católica, personalizando esa alianza en el Cardenal Obando.
 
Después de llegar al gobierno, para mantenerse en el poder, ha hecho alianza, a través de varios programas sociales, con los sectores más pobres y atrasados de la sociedad, ante los que se presenta con un proyecto mítico-religioso vanguardizado por la Primera Dama.
 
Hoy vemos que la alianza del gobierno con los sectores más pobres y de religiosidad más tradicional se mantiene y se incrementa.
 
El objetivo es electorero, es mantener a la masa popular pendiente y dependiente de la figura, totalmente ideologizada, de Daniel Ortega como “salvador”, sin el cual el país estaría perdido, promoviendo así una visión mítico-religiosa de la política.

Hay un grupo de sacerdotes que hoy legitiman al partido de gobierno, pero no constituyen propiamente una corriente articulada dentro de la Iglesia.
 
Han llegado a asumir esas posiciones por razones personales. No tienen el respaldo de la jerarquía y, más bien, son criticados. Es también el caso del Cardenal Obando.
 
Es público que la Conferencia Episcopal ni comparte ni simpatiza con su posición de apoyo al gobierno.

El gobierno trata de legitimarse con los sacerdotes que lo legitiman.
 
Trata también de legitimarse ante el pueblo católico promoviendo festividades religiosas. En Chinandega, por ejemplo, está la fiesta de San Pascual Bailón, parecida a la de Santo Domingo en Managua, de raíces indígenas.
 
Casi había desaparecido esa tradición, porque la Iglesia no la tomaba en cuenta.
 
Sin embargo, ahora el gobierno, dentro de su proyecto mítico-religioso la está promoviendo a través del Ministerio de Turismo y del Instituto de Cultura.

El clero nacional tiene una mentalidad muy conservadora, una religiosidad muy tradicional y no ha sido formado en el seminario con una conciencia crítica.
 
Eso lo hace vulnerable y, además, también le gusta la cercanía al poder, actitud que ha sido tradición en la Iglesia católica y en el modelo de Cristiandad, un modelo en que el poder político y el poder eclesiástico siempre se han buscado y se han entendido. Al poder le gusta estar del lado de la Iglesia y a la Iglesia le gusta estar del lado del poder.
 
Por eso, una estrategia del gobierno es ganarse a los párrocos y a los obispos, repartirles dádivas para tenerlos silenciados. Aparecer junto a alcaldes y gobernantes es el deseo de muchos sacerdotes.
 
La formación que han recibido es muy frágil. Y la habilidad del gobierno es muy grande para neutralizarlos y ganarlos.

¿Cómo enfrentar pastoralmente esta situación?
 
No encuentro otra respuesta que no sea la de crear conciencia, la de organizar al pueblo, la de darle una formación teológica seria.
 
El liderazgo de la Iglesia debe identificar y acompañar a los grupos organizados de la sociedad y del pueblo pobre para estimularlos, animarlos, para reflexionar con ellos y desde ahí ir construyendo propuestas alternativas de sociedad.
 
Ése es el papel de obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y el de los laicos.

En la Iglesia hay que hacer también un trabajo urgente e intenso de formación para liberar a hombres y mujeres del machismo aprendido.
 
Más allá de afiches y consignas y marchas, superar ese machismo que está provocando tanta violencia contra las mujeres, tantas muertes, es un trabajo de educación y de formación muy prolongado desde las casas, desde las escuelas, también desde las parroquias y los templos.

No es nada fácil.
 
Ante el bagaje de la religiosidad católica tradicional, al que se suma el bagaje fundamentalista de tantas iglesias evangélicas que predican un mensaje alienante, y ante el peso de la Primera Dama predicando diariamente al mediodía por los medios oficiales, cualquier tarea concientizadora resulta muy difícil.

Regreso al Papa Francisco y a los cambios que ha hecho, a los que pueda hacer, a los que deseamos que haga.
 
El teólogo Víctor Codina insiste en que el Papa puede cambiar muchas cosas, pero advierte que si no cambiamos abajo y desde abajo, si no renovamos muchas cosas desde abajo, no ocurrirá ningún cambio.
 
Jesús de Nazaret no fue a pedirle permiso al Sumo Sacerdote para hablar del Reino de Dios. Desde esa periferia de su país que era Galilea lo hizo. Le costó la vida, pero lo hizo.
  


1 comentario:

  1. El liderazgo de la Iglesia debe identificar y acompañar a los grupos organizados de la sociedad y del pueblo pobre para estimularlos, animarlos, para reflexionar con ellos y desde ahí ir construyendo propuestas alternativas de sociedad.



    Ése es el papel de obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y el de los laicos.

    En la Iglesia hay que hacer también un trabajo urgente e intenso de formación para liberar a hombres y mujeres del machismo aprendido.



    Más allá de afiches y consignas y marchas, superar ese machismo que está provocando tanta violencia contra las mujeres, tantas muertes, es un trabajo de educación y de formación muy prolongado desde las casas, desde las escuelas, también desde las parroquias y los templos.

    No es nada fácil.

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