PRIMICIA DE LA
VIDA ETERNA
“Alabanza, gloria, sabiduría, acción de
gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos.
Amén” (Ap 7,11-12)
En
el tema anterior veíamos cómo el hombre, desde el principio, ha sido creado
para adorar a Dios.
Pero la adoración del hombre a Dios durante su etapa
terrena no es sino una sombra de loa adoración que le tributará eternamente.
En
la tierra, cuando el hombre adora a Dios lo hace de modo imperfecto, limitado
por su naturaleza pecadora, pero en el cielo ya no será así.
En la resurrección
lo imperfecto y parcial darán paso a lo perfecto (cf.1 Co 13,10). Esta
afirmación es aplicable también a la adoración.
Nuestra adoración, que ahora es hecha
desde la fe, pasará a ser hecha desde la visión: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado todavía
lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).
Nuestro escaso conocimiento de la
adoración se convertirá en conocimiento profundo.
La palabra de Dios,
refiriéndose a la vida eterna nos recuerda que “ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (1 Co
13,12).
El deseo de adorar a nuestro Señor será
total, pues su presencia gloriosa además de la purificación total del pecado
del hombre lo harán inevitable.
Es lo
que nos afirma Juan en el libro del Apocalipsis en relación a aquellos que han
lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero: “Están delante del trono de Dios, dándole
culto día y noche en su Santuario” (Ap 7,15).
La
llamada, el privilegio y el mandato que los hombres de todos los tiempos
tenemos de adorar al Dios único y verdadero durante nuestra peregrinaje por
este mundo nos sitúan en la antesala de la adoración eterna, son primicia de la
adoración celestial, pues en el cielo, la adoración a Dios y al Cordero es la
esencia misma de la vida celestial: “Oí
la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de
los Ancianos. Su número era miríada de miríadas y millares de millares, y
decían con fuerte voz: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la
riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’. Y toda criatura del cielo, de la tierra, de
debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían:
‘Al que está sentado en el Trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y
potencia por los siglos de los siglos’’” (Ap 5,11-14).
En la Jerusalén
celestial descrita en el Apocalipsis tendrá lugar la perfecta comunión de
corazones entre Dios y el hombre, porque no habrá lugar para ningún género de
idolatría ni grande ni pequeña, ni pasajera ni permanente: “Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre
ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios” (Ap 21,3).
Palabra profética
Palabras durante la adoración:
- Aquí cumplís la
misión que os he encomendado. Aquí sois fortalecidos. Aquí sois envueltos en mi
luz y en mi verdad. Aquí os hago partícipes de la gloria de la que participan
mis ángeles y todos los santos que están postrados ante mi.
- Misión de ángeles
y santos os encomiendo. No la despreciéis. No miréis vuestro barro. Aquí está
recubierto con mi santidad y resplandece con mi luz. Pero no olvidéis que
debajo de esa santidad y de esa luz
seguís siendo barro.
Misión de ángeles y santos os encomiendo. No la despreciéis. No miréis vuestro barro. Aquí está recubierto con mi santidad y resplandece con mi luz. Pero no olvidéis que debajo de esa santidad y de esa luz seguís siendo barro.
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